Saltar la navegación

2.1. Herencia y variación en la teoría de Darwin

Durante la primera mitad del siglo XIX la herencia era un problema reservado a criadores y horticultores, que prestaban atención, sobre todo, a la forma en que dos individuos de una especie originan un hijo casi idéntico; las variaciones que pudiese presentar se consideraban algo accidental, debido quizás a influencias ambientales (por ejemplo, a la nutrición), que no despertaba mayor interés.

El panorama cambió con la teoría de la evolución de Darwin: la selección natural se fundamentaba en la existencia en el interior de una población de variaciones heredables que conllevan diferente eficacia biológica —esto es, diferente probabilidad de dejar descendientes—; así pues, se hacía necesario explicar los mecanismos responsables de la aparición de dichas variaciones. Como se detalla en la Unidad 1, Darwin postuló que la variación sustentadora del cambio evolutivo debería ser de escasa magnitud; es decir, no podrían aparecer de golpe rasgos importantes, como las alas o los ojos, y mucho menos especies nuevas.

Sin embargo, muchos críticos argumentaron que la selección natural no podría “ver” las pequeñas variaciones: ¿qué ventaja reportaría al antepasado de un ave desarrollar el dos por ciento de un ala? Aunque Darwin dio una respuesta seleccionista a este tipo de objeciones, también se apoyó en otros procesos evolutivos subsidiarios de la selección natural. Por ejemplo, según Darwin el largo cuello de las jirafas resultaría de la labor conjunta de dos fuerzas: no solo de la selección natural (las jirafas que nacen con el cuello algo mayor alcanzan las hojas altas de las acacias, comen mejor y se reproducen más), sino también de la conocida como herencia de los caracteres adquiridos (el cuello de un individuo acaba agrandándose si lo estira reiteradamente, y su descendencia heredará esa ganancia).

Darwin, por lo tanto, tenía que recurrir a una teoría de la herencia compatible con la transmisión a los hijos de las variaciones adquiridas por los padres. En 1868 formuló la hipótesis de la pangénesis (del griego pân, “todo”, y gen, “generación”), según la cual todas las células emiten unas partículas, las gémulas, que viajan por la sangre hasta los órganos sexuales. Allí se congregan componiendo una especie de “mapa” de la totalidad del organismo: cada una de sus células tendría un “voto” en la constitución del vástago, que recibiría una mezcla de las gémulas de sus progenitores.

Obra publicada con Licencia Creative Commons Reconocimiento No comercial Compartir igual 4.0