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Origen del movimiento de las placas

Ya hemos señalado en repetidas ocasiones a las corrientes de convección como responsables del desplazamiento de las placas. En principio, se pensó que las corrientes de convección ascendentes, que transportarían material litosférico fundido –y, por lo tanto, poco denso–, se abrirían paso hacia la superficie hasta salir por las crestas de las dorsales. Bajo las fosas oceánicas, las corrientes de subducción descendentes acompañarían en su camino a la placa litosférica constituida por material frío y, por lo tanto, más denso (el hundimiento sería más rápido cuanto más densa fuese la placa).

Pero este sencillo esquema dejaba varias cuestiones por resolver:

    1. ¿Dónde se producen estas corrientes de convección?

      La mayoría de los geólogos de los años setenta coincidía en que la totalidad del manto no era el candidato adecuado, porque su elevada densidad dificultaría la transmisión de energía térmica y, por lo tanto, no se podrían generar las corrientes de convección.

      ¿Cuál sería, pues, el candidato ideal? Lógicamente, una zona bajo la litosfera con la plasticidad suficiente como para poder fluir; una zona así se identificaría claramente por un descenso en la velocidad de las ondas sísmicas… más o menos como el canal de baja velocidad que, aparentemente, detectó Gutenberg.

      Tuzo Wilson identificó ese canal de baja velocidad con la astenosfera propuesta por Dietz. De esta manera, dicha capa (situada aproximadamente entre los 100 y los 250 kilómetros de profundidad) pasó a constituirse en la protagonista de la tectónica de placas, el lugar donde ocurrirían las corrientes de convección.

    2. ¿Cuál es el mecanismo propulsor del movimiento de las placas?

      Se propusieron varias teorías y se consideró la posibilidad de que no fuera un solo mecanismo, sino varios, los que interviniesen en el movimiento de las placas. Las posibilidades planteadas fueron:

      1. Transporte pasivo. Para algunos científicos, las corrientes de convección serían las responsables del desplazamiento de las placas; éstas se dejarían arrastrar pasivamente, sin intervenir en los movimientos. Las corrientes ascenderían en las dorsales y trasladarían los continentes como el agua arrastra la espuma en un recipiente de agua con jabón. Entre los partidarios del transporte pasivo unos, los menos, pensaban que las corrientes se extenderían hasta el manto profundo; otros, hasta los 700 kilómetros de profundidad (donde ya no se detectan los focos de los terremotos), y un tercer grupo, que solo afectaban a la astenosfera (unos 250 kilómetros). Esta última fue la propuesta más aceptada, aunque presentaba ciertos inconvenientes –reconocidos por algunos de sus propios artífices–; el principal era que una placa rígida de gran longitud y poco espesor sería muy frágil y, al ser arrastrada por corrientes, se fracturaría en varias placas.

      2. Transporte activo. Los partidarios de esta opción apostaban por una participación activa de las placas en su desplazamiento. La litosfera impulsada en las dorsales por el ascenso de magma obligaría a las placas a separarse; tendríamos entonces dos posibilidades: o las placas se separan por acción de la gravedad, que favorece el desplazamiento –por la diferencia de altitud entre las dorsales y las zonas de subducción (recordemos que estas últimas, al ser más densas, se hunden)–, o por el arrastre que realiza la porción hundida de la placa (la que se desplaza por la zona de subducción) al hacerse aún más densa por fusión parcial y por pérdida de elementos ligeros que ascienden a la litosfera.

    3. ¿Dónde se genera el calor necesario para producir estas corrientes?

      El origen parecía ser el calor interno terrestre, el cual generaría los movimientos convectivos responsables del desplazamiento de las placas. La tectónica de placas quedaba así configurada en su versión más clásica. Pero, como veremos a continuación, estos tres aspectos están siendo ampliamente debatidos a la luz de los más recientes descubrimientos.


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