Las placas litosféricas
Durante la década de los sesenta se siguió acumulando una gran cantidad de datos que permitió vislumbrar algunas respuestas a las preguntas anteriormente planteadas.
Ni la noción de sial, ni la de corteza, resultaban adecuadas para la revolución conceptual que se avecinaba. Por eso, Robert Sinclair Dietz (1914-1995) recuperó dos viejos términos que ya había ideado en 1914 el geólogo norteamericano Joseph Barrell (1869-1919). Éste, para poder explicar el equilibrio isostático, propuso dividir la Tierra sólida en dos zonas: una rígida de unos 100 kilómetros de grosor a la que llamó litosfera (literalmente “esfera de roca”), y otra con un comportamiento plástico bajo ella, a la que denominó astenosfera (“esfera débil”); el límite inferior de esta última quedó sin determinar debido a que en aquella época era muy pobre el conocimiento que se tenía sobre la estructura interna de la Tierra.
Dietz consideró que la litosfera (a la que atribuyó una profundidad media de unos 70 kilómetros) constituía una unidad dinámica: ya no era el sial (la corteza continental) el que “navegaba” por el sima (la corteza oceánica), como pensaba Wegener, sino la litosfera (que comprendía toda la corteza y parte del manto) la que se desplazaba sobre la astenosfera (supuesta porción del manto que presentaría menor rigidez que el resto).
Posteriormente, el geofísico canadiense John Tuzo Wilson (1908-1993) analizó la coincidencia de determinadas características estructurales (arcos insulares, dorsales y ciertas fallas, como la de san Andrés en California) con la ocurrencia de fenómenos tales como sismos y volcanes; sugirió la posibilidad de que estas zonas formaran una especie de “cinturones móviles” que surcarían toda la superficie de la Tierra. Las zonas limitadas por estos cinturones constituirían lo que él llamo placas, que serían, de forma comparativa, como trozos de la cáscara de un huevo que se pueden encajar, más o menos como las piezas de un puzzle. Pero, en este caso, la “cáscara” sería toda la litosfera.
A finales de la década de los sesenta varios científicos desarrollaron de forma independiente y casi simultáneamente el concepto de placas litosféricas; definieron sus formas, su ubicación en el globo terrestre y describieron sus movimientos. Una placa sería, pues, cada uno de los fragmentos rígidos en que se divide la litosfera terrestre y que se desplaza sobre la astenosfera. En principio se reconocieron seis grandes placas: Africana, Sudamericana, Norteamericana, Pacífica, Eurasiática y Antártica.
El nuevo paradigma se había puesto en marcha. A partir de este momento, todos los conceptos y datos acumulados se integrarían en una nueva teoría de la Tierra: el modelo de la tectónica de placas.
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