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Críticas a la deriva continental

La idea de Wegener no fue demasiado bien acogida dentro de la comunidad científica. Especialmente duras fueron las críticas del geofísico británico sir Harold Jeffreys (1891-1989), fundamentalmente en dos aspectos:

  1. Algunos de los argumentos de Wegener resultaban muy válidos, mientras que otros, aunque imaginativos, eran bastante inconsistentes. Cuando los segundos fueron cuestionados y se puso en duda su validez, los otros también fueron rechazados como si hubieran sido equivalentes. Esto sucedió, por ejemplo, con los argumentos topográficos. Jeffreys afirmó que África y Sudamérica no encajan, y esto es esencialmente cierto; pero más tarde se demostró que el borde extremo de la plataforma continental (a unos 2.000 metros bajo el nivel del mar), que se aproximaba más exactamente al verdadero límite continental, se acoplaba perfectamente (imagen del ajuste realizado por Edward Bullard, 1965).

  2. La hipótesis de Wegener flaqueaba sobre todo en el mecanismo que conduce a la deriva de las masas continentales; en este aspecto se concentraron la mayor parte de los ataques de sus detractores para rechazarla. Así, Jeffreys lo rebatió preguntando que, si el sima era lo suficientemente fluido como para que los continentes se desplazaran “navegando” sin hallar resistencia, ¿cómo era posible que sus bordes frontales se “arrugasen” para formar cordilleras (y que, aún así, continuasen navegando)?

    También se argüía que la fuerza gravitatoria diferencial que propuso Wegener como causa del movimiento de los continentes era demasiado débil para moverlos, y el movimiento de los continentes hacia el oeste que Wegener atribuyó a las mareas terrestres fue desmentido posteriormente.

Después de que Wegener muriera en 1930 durante una expedición a Groenlandia, solamente continuaron fomentando sus ideas un puñado de fieles seguidores. Se necesitaban más evidencias, pero éstas no llegaron hasta varias décadas después gracias a los nuevos datos sobre el estado y la dinámica del interior de la Tierra aportados por los métodos sísmicos.

¿Cómo afectaron los nuevos datos sismológicos a la hipótesis de Wegener?

A medida que se perfeccionaban los instrumentos de registro y se obtenían nuevos datos, quedó claro que no existía un sial sólido que flotaba sobre un sima líquido, como requería la hipótesis de Wegener. No obstante, en 1926, Gutenberg detectó una “zona de sombra”, como la provocada por el núcleo externo, situada en el manto entre 100 y 200 kilómetros de profundidad, caracterizada por un descenso en la velocidad de las ondas sísmicas cercano a un 6 por ciento.

Gutenberg atribuyó este efecto a un descenso en la rigidez del material en esta zona, pero la mayoría de los especialistas rechazaron la validez universal de este canal de baja velocidad (solo se detectaba en algunas regiones y, además, las “zonas de sombra” no eran totalmente “oscuras”) que, de existir, habría hecho mucho más aceptable la idea de la deriva continental.

Los geofísicos, con Jeffreys en cabeza, no proporcionaban con sus datos apoyo alguno a esta hipótesis –más bien lo contrario–; y hasta los paleontólogos, que habían encontrado para el problema de la irradiación de las especies mecanismos alternativos a la vieja idea de los puentes transoceánicos (como las dispersiones de lotería de semillas y animales encaramados a troncos a la deriva por el océano) la rechazaron casi por unanimidad. Y así, la “fantasía fascinante que ha capturado la imaginación de muchos”, como calificó a la hipótesis de Wegener uno de sus críticos, fue languideciendo lentamente hasta que, tras la Segunda Guerra Mundial, comenzó a estudiarse el magnetismo de las rocas y se exploraron los fondos oceánicos.

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