Introducción
By Cheri' Glenn (Own work) [CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons |
Hace unos 65 millones de años un gran monolito de basalto emergió de las profundidades de la Tierra y se elevó más de 1200 metros sobre el nivel del mar. Cuentan las leyendas que sus vistosas estrías verticales fueron desgarradas por un oso de tamaño colosal (imagen adjunta).
La moderna Geología investiga, sobre todo, las rocas, porque en ellas quedan registrados los sucesos históricos de los que se ocupa esta ciencia. Pero ¿todas las rocas son iguales? ¿Se han formado de la misma manera? Los aprietos para clasificar las rocas han caminado en paralelo con las dificultades para averiguar su origen y sus procesos de formación. Los primeros geólogos abogaron por un origen sedimentario de las rocas. Hoy día sabemos que hay rocas cuyo origen no es sedimentario. La formación de las rocas sedimentarias depende exclusivamente de procesos geológicos externos. Otras rocas se originan en el interior de la Tierra y, como la formación de la imagen, afloran sobre la superficie gracias a acontecimientos paroxísmicos tales como las erupciones volcánicas o bien quedan expuestas como consecuencia del desmantelamiento de los relieves que llevan a cabo los procesos erosivos. Son las rocas llamadas endógenas, de origen interno.
Pero la influencia entre procesos geológicos internos y rocas endógenas es mutua, porque las características de estos materiales presentes en el interior de nuestro planeta van a condicionar multitud de acontecimientos; entre ellos, la generación del campo magnético terrestre, el origen de algunos terremotos, el flujo de magma en las dorsales, el desplome de la litosfera en gigantescas cascadas subductivas... Al mismo tiempo, van a implicar cambios en los minerales que constituyen las rocas.
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