3.3. La respuesta inmunitaria específica
El sistema inmunitario innato no puede proteger contra toda infección. Los microorganismos evolucionan con rapidez y se las ingenian para evadir las respuestas inmunitarias inespecíficas de otros seres vivos de evolución más pausada. En compensación, los vertebrados han desarrollado una red defensiva —el sistema inmunitario adaptativo— que se adapta a estos cambios evolutivos y les capacita para reconocer cualquier microorganismo, por insólito que sea. Esa adaptación es responsable de que un individuo pueda “recordar” cada patógeno detectado y responder de forma más eficaz en encuentros sucesivos. El fenómeno, conocido como memoria inmunitaria, permite distinguir dos tipos de respuesta:
- Respuesta primaria. Al administrar por primera vez un antígeno no se observan anticuerpos en la sangre durante al menos 8 a 10 días. Pasado este período de latencia los anticuerpos aumentan rápidamente hasta alcanzar un máximo, tras lo cual su número decae —en el plazo de unas pocas semanas o meses— hasta su desaparición, conforme el antígeno es inactivado o destruido.
- Respuesta secundaria. Se desencadena ante un ulterior contacto con el mismo antígeno. Tal y como muestra la ilustración siguiente, el período de latencia se reduce a la mitad o menos, la cantidad de anticuerpos sube más rápidamente y hasta niveles más elevados y persiste durante un tiempo más prolongado (años incluso).
Respuesta inmunitaria primaria y secundaria para el antígeno A (en rojo) y primaria para el antígeno B (en azul) (fuente: http://www.ehu.es).
La respuesta inmunitaria específica es un proceso complejo que, por conveniencia, podemos dividir en tres fases que se describen en los siguientes epígrafes.
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