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2. El sistema inmunitario

Cuando un animal se desangra, muere. Este hecho empírico, conocido desde épocas remotas, confirió a la sangre un estatus especial, por lo que no sorprende que se valorase la posibilidad de transfundir sangre para “insuflar vida” a enfermos.

Además de sangre, durante siglos se llevaron también a cabo injertos de muy diversas zonas del cuerpo (por ejemplo, se usaban trozos de carne de pollo, perro o buey para rellenar partes del cuerpo que carecían de ella); los injertos de piel —que permitían acelerar la curación de quemaduras, úlceras o traumatismos— y los de cartílago fueron los más célebres. Los injertos tenían un origen muy variado:

  • Autoinjertos. Si provienen del mismo paciente.
  • Aloinjertos. Si proceden de cadáveres sin relación consanguínea con el enfermo.
  • Xenoinjertos. Su origen es un animal.
  • Isoinjerto. En este caso vienen de un gemelo idéntico.

Sin embargo, el éxito no solía acompañar a estas intervenciones: normalmente los injertos se “pudrían” en el cuerpo del trasplantado. Distintas experiencias indicaban que el éxito de un trasplante era mayor si se daba entre individuos de la misma especie (hasta 1818 no se admitió que una persona solo puede recibir transfusiones sanguíneas de otra persona), si el donante era joven y, sobre todo, si este y el receptor eran parientes cercanos. Daba la impresión de que algunos tejidos u órganos eran rehusados en un injerto o trasplante porque existía una incompatibilidad biológica entre el donante y el receptor.

 

Donación de órganos y Bioética

La realización de algo tan complejo como un trasplante conlleva la aceptación de una serie de principios éticos. La Ética aplicada a la Medicina recibe el nombre de Bioética, y sus principios conciernen a todos aquellos procesos médicos que, como los trasplantes, afectan a un número relativamente elevado de personas. Dichos principios básicos son:

  • Autonomía. Significa el respeto absoluto a la voluntad del individuo, tanto a la hora de donar órganos como al someterse a un trasplante. Si el donante es una persona fallecida, habrán de ser sus allegados quienes documenten si, en vida, se había manifestado en contra de la donación de órganos. A este respecto, conviene señalar que todas las religiones, excepto el budismo, el sintoísmo y algunas sectas, son favorables a la donación.
  • No maleficencia. Este principio, preceptivo en toda actuación médica, implica que la certificación del fallecimiento de una persona debe llevarse a cabo con independencia de si va a ser donante; por esta razón, en el actual marco legal el certificado lo firman tres médicos que no forman parte del equipo de trasplantes.
  • Distribución equitativa. Teniendo en cuenta que la escasez de órganos es el factor limitante en el número de trasplantes, interesa que la adjudicación de un órgano a un paciente concreto y no a otro se efectúe con arreglo a criterios médicos de máxima efectividad del trasplante y siguiendo protocolos que sean plenamente verificables, sin que influya de modo alguno la condición socioeconómica del receptor.
  • Beneficencia. El único beneficiario de un trasplante ha de ser la persona que recibe el órgano; la donación tiene que ser un acto altruista (como garantiza la legislación española). El receptor debe ser informado de los beneficios que puede obtener con el trasplante y de los inconvenientes que pudieran surgir mediante el Consentimiento informado, documento que se firmará tras una explicación detallada y comprensible del proceso al que va a ser sometido, con la particularidad de que podrá renunciar a él en cualquier momento.
Donación de órganos

Número y tasa de donantes de órganos durante varios años (fuente: http://www.ont.es).

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