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Lectura: Olímpica I

OLÍMPICA I

A HIERÓN DE SIRACUSA,

VENCEDOR EN LA CARRERA ECUESTRE

1. Lo mejor, el agua; y el oro, como resplandeciente fuego,

brilla en la noche por encima de la orgullosa riqueza.

Pero si unos juegos cantar

deseas, corazón mío,

no busques ya por el desierto 5

éter otro astro brillante de día más abrasador que el sol,

ni certamen mejor que el de Olimpia nombraremos.

Desde allí el celebérrimo himno se trenza

con el ingenio de los vates para cantar

al vástago de Crono, llegados a la opulenta 10

y feliz mansión de Hierón,

que un cetro administrador de justicia posee en Sicilia,

rica en rebaños, cosechando las cumbres de todas las virtudes.

Se complace también

con la flor de la música, 15

cual la cantamos los hombres

con frecuencia alrededor de mesa amiga. Pero, la doria forminge

descuelga del clavo, si el encanto de Pisa y de Ferenico

tu mente puso en los más dulces cuidados,

cuando a orillas del Alfeo lanzó su cuerpo 20

sin espuela ofreciéndolo a la carrera,

y con la victoria unió a su dueño,

el rey siracusano, de corceles apasionado; resplandece su gloria

en la colonia de nobles varones del lidio Pélope,

del que se enamoró el muy poderoso sacudidor de la tierra, 25

Posidón, desde que lo sacó Cloto de la purificante caldera,

de marfil adornado su reluciente hombro.

Cierto, maravillas hay muchas, pero también de los hombres

la fama está por encima del verídico relato, 28b

adornados con mentiras variadas nos engañan por completo los mitos.

La Gracia, que logra todas las delicias para los mortales, 30

aporta honor y procura que lo increíble sea

creíble muchas veces

y los días futuros son

los testigos más sabios.

Conviene a un hombre decir de los dioses las cosas buenas,

pues es menor la culpa. 35

Hijo de Tántalo, de ti lo contrario a lo de mis predecesores diré,

cuando invitó tu padre al más intachable

banquete en la querida Sípilo,

que ofreció para corresponder a los dioses,

entonces el de espléndido tridente te raptó, 40

vencida su mente por el deseo, y con doradas yeguas

a la elevada mansión del ampliamente venerado Zeus te llevó.

Allí, en tiempo posterior,

llegó también Ganimedes

para el mismo servicio a Zeus. 45

Como estabas desaparecido, ni los hombres, por más que te buscaban,

te llevaron con tu madre,

dijo en secreto al punto uno de los envidiosos vecinos

que, en el momento en el que el agua al fuego hierve,

a cuchillo te cortaron miembro a miembro,

y que en las mesas, como último plato, 50

tus carnes repartieron y comieron.

Pero a mí me es imposible llamar

glotón a uno de los bienaventurados. Me niego.

Castigo toca en suerte con frecuencia a los blasfemos.

Si de verdad a un mortal los guardianes del Olimpo

honraron, ese fue Tántalo. Pero, por cierto, no pudo 55

digerir su gran fortuna, y por su desmesura obtuvo

un castigo terrible, que el padre Zeus por encima

de él suspendió, una pesada piedra, 57b

que siempre anhela apartar de su cabeza y lo mantiene falto de alegría.

Y pasa esa vida impotente, continuamente penosa,

cuarto tormento con otros tres, porque a los inmortales robó 60

y a sus coetáneos, colegas de festín,

néctar y ambrosía

dio, con los que inmortal

lo habían hecho. Y si a la divinidad algún hombre espera ocultar lo que hace,

se equivoca.

Por eso los inmortales le enviaron de nuevo a su hijo 65

junto a la estirpe de breve vida de los hombres.

y cuando en la flor de la edad

el bozo le cubría de negro la barbilla,

pensó en una pronta boda,

de su padre, el rey de Pisa, conseguir a la famosa 70

Hipodamía. Y cuando se acercó al ceniciento mar, solo en la oscuridad

invocaba al señor de grave bramido

el del tridente. Él se le

apareció inmediatamente a sus pies.

Pélope le dijo: "Si los amables dones de la Cipria significan algo para un

agradecimiento de tu parte, 75

ea, Posidón, detén la broncínea lanza de Enómao

y llévame en el más veloz carro

a la Élide y acércame a la victoria.

Porque después de haber matado a trece varones

pretendientes aplaza la boda 80

de su hija. El gran riesgo no admite a un varón cobarde.

Y a quienes morir es necesario ¿por qué alguien sentado

en la sombra consumiría inútilmente una vejez anónima,

privado de toda belleza? Pero yo a esa prueba

estaré resuelto. Tú concédeme el éxito querido". 85

Así dijo. Y no se aplicó a palabras

inútiles. Para ensalzarlo, el dios

le concedió un carro áureo y corceles

infatigables con alas.

Venció el poder de Enómao y obtuvo a la doncella como esposa.

Engendró seis hijos, caudillos deseosos de proezas.

Y ahora a cruentos sacrificios 90

espléndidos está unido,

junto al lecho del Alfeo reposa,

y una tumba muy frecuentada tiene junto a un altar muy visitado por extranjeros.

Y la fama

desde lejos se divisa, en los estadios de las Olimpíadas

de Pélope, donde la rapidez de los pies rivaliza 95

con las cimas del vigor audaces contra la fatiga.

Y el vencedor para el resto de su vida

tiene una melifrua serenidad

a causa de los juegos, al menos. Y la perenne felicidad cotidiana,

como lo más excelente, llega a todo hombre. Que yo corone 100

a aquel al modo hípico,

con eólica melodía.

es necesario.

Estoy convencido de que a ningún

huésped –al mismo tiempo conocedor de las cosas bellas y más soberano en poder–

al menos de los de ahora, adornaría yo con los pliegues gloriosos de mis himnos.

Un dios que es tu protector atiende a tus 106

preocupaciones, Hierón, y tiene esto

como cuidado. Y a no ser que pronto te abandone

aún más dulce victoria espero 109

con el veloz carro celebrar, habiendo encontrado un camino que auxilie a las palabras

después de haber llegado hasta la bien visible colina de Crono. Para mí, en verdad,

la Musa un muy potente dardo con fuerza nutre.

Unos son grandes en unas cosas y otros en otras. Pero la cumbre se eleva

para los reyes. Ya no lances la mirada más lejos.

Que te sea posible ese tiempo por las alturas andar, 115

y a mí otras tantas veces con los vencedores

asociarme, siendo predilecto por mi sabiduría entre los griegos en todas partes.

(Trad. de J. Fco. González Castro).

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