2. La transcripción
La determinación de la estructura del ADN no hizo más que enfatizar el problema principal: ¿cómo realiza su trabajo, esto es, de qué manera controla la síntesis de proteínas? Para lograrlo, la molécula de ADN tendría que “saber” cuál de los 21 aminoácidos debería situar en cada una de las diferentes posiciones de una proteína (formada quizá por miles de unidades). Cosa relativamente fácil si solo hubiese cuatro aminoácidos (llamémosles a, b, c y d): una especie de “lector” de ADN recorrería una hebra de la molécula y cada vez que encontrase, pongamos por caso, una G, incorporaría el aminoácido a en la correspondiente posición de la proteína; si a continuación leyese una C, agregaría el b; una nueva G daría lugar a otro aminoácido a, y así sucesivamente.
Pero resulta que hay 21 aminoácidos (22 en ciertas arqueas), y solo 4 bases nitrogenadas. ¿Cómo traducir, pues, un lenguaje construido con un alfabeto de 4 letras (el lenguaje del ADN) a un lenguaje con 21 letras (el lenguaje de las proteínas)?
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