El matrimonio
Se casaban muy pronto –entre los catorce y dieciséis años. El primer paso hacia el matrimonio era un compromiso (engyesis) entre el padre de la novia y el pretendiente, en presencia de dos testigos. Iba seguido de la entrega de la mujer y de la dote (ecdosis), que podía ser una cantidad de dinero o bienes inmuebles. Esa aportación al patrimonio del futuro marido podía recuperarse si la mujer moría sin hijos, si moría el marido y ella volvía a la casa de sus padres, o en caso de divorcio.
El día antes de la boda, la novia se desprendía de todos sus juguetes y otros objetos propios de la infancia, que eran consagrados a los dioses. Seguía un baño de purificación con agua traída de la fuente Calirroe, situada en una ladera de la Acrópolis, por un cortejo de mujeres portadoras de antorchas presididas por un flautista. Al día siguiente, se celebraba la boda propiamente dicha (γάμος) con un sacrificio y un banquete en casa de la novia. Ésta, cubierta con un velo, permanecía acompañada de otras mujeres en lugar aparte de los hombres, hasta que, quitado el velo, recibía regalos de los invitados. Al anochecer, se formaba un cortejo que acompañaba a los esposos a casa del novio entonando canciones de boda (llamadas himeneos). De esta parte de la ceremonia, que antiguamente se representaba como un rapto, deriva la expresión griega ἄγεσθαι γυναῖκα ‘casarse’; literalmente ‘llevarse una mujer’. Cuando el cortejo llegaba a casa del novio, la novia era recibida a la puerta por sus padres que le ofrecían parte de un pastel, un membrillo y derramaban sobre ella nueces e higos como símbolos de fertilidad.
La mayoría de los novios se casaban en invierno. Tan extendida debía de estar la costumbre que el mes de enero-febrero se llamaba γαμηλιών, ‘el mes de los matrimonios’.
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