Introducción

Los seres vivos deben su existencia a una propiedad fundamental: la irritabilidad, esto es, la capacidad de responder ante estímulos (cambios de energía que ocurren en el medio); además, en un organismo pluricelular las diversas funciones y actividades necesarias para su supervivencia se reparten entre distintas poblaciones de células, tejidos y órganos: a mayor especialización de sus estructuras, más alta será la demanda (la "presión evolutiva", como dicen algunos biólogos) de mecanismos que garanticen la comunicación entre células individuales o grupos de ellas.

En el decurso de la historia de la vida los organismos han desarrollado órganos o grupos especializados de células mediante los cuales reciben estímulos, procesan la información y elaboran respuestas; y, al mismo tiempo, permiten que las células "hablen" entre ellas a través de mensajeros químicos y coordinen todas las complejas funciones de un organismo pluricelular. Estos órganos forman los sistemas nervioso y hormonal. Como tendremos ocasión de comprobar a lo largo de la presente Unidad, existe una notable diversidad en cuanto a la organización de dichos sistemas entre los distintos grupos de animales, reflejo de sus muy variadas estrategias adaptativas.

Pero recientes investigaciones han puesto en evidencia que, a pesar de las diferencias existentes entre distintos grupos de animales, todos ellos comparten genes similares conocidos como genes homeóticos, algo así como balizas que orientan el proceso de diferenciación celular: "deciden" que ésta de aquí será una célula nerviosa, la de un poco más allá una célula epitelial… Los seres humanos, los ratones, las ranas de uñas africanas, las moscas del vinagre y los nemátodos poseen similares sistemas de señalización que guían el desarrollo embrionario del sistema nervioso –aunque en lugares diferentes del cuerpo–. Una vez más, el desarrollo embrionario nos hace ver cuán estrecho es el vínculo que une a seres vivos tan distintos a su común antecesor.