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1.1. Estructura y organización del ADN

En 1950 casi todo el mundo estaba convencido de que el ADN era el portador de la información genética. En realidad, diversas investigaciones llevadas a cabo con virus mostraron que las proteínas asociadas al ADN eran casi superfluas, pues el ADN podía producir efectos genéticos por sí solo… justo lo contrario del modelo defendido por Levene. Era evidente que el ADN no podía consistir en unidades sencillas que se repetían, como se había supuesto. Urgía, pues, averiguar su auténtica estructura.

La proporción de bases en el ADN

Una primera pista en esta línea la proporcionaron los estudios del bioquímico austriaco Erwin Chargaff (1905-2002) y sus colaboradores. En 1948 utilizaron una técnica similar a la cromatografía en papel para medir la proporción exacta de los constituyentes del ADN. Pronto comprobaron que la suposición de Levene era errónea: los cuatro nucleósidos (a los que en lo sucesivo, y siempre que no de lugar a confusión, designaremos como G, C, A y T, sin la d delante) no se hallaban en cantidades iguales. De hecho, su proporción variaba de una especie a otra, pero en cada especie permanecía constante de un tejido a otro y no se modificaba con la edad o la nutrición.

La tabla adjunta muestra el porcentaje de nucleósidos (y de las correspondientes bases nitrogenadas) en seis especies. Chargaff pudo percatarse de que, pese a la variación, se observaban ciertas regularidades. Así, la cantidad total de bases púricas (Pur) de cualquier muestra de ADN era la misma que la de bases pirimidínicas (Pyr); más aún, había tanta G como C, y tanta A como T. Estas relaciones se conocieron como reglas de Chargaff.

Porcentaje de bases en varias especies

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