Postulados de la Teoría Celular
El fisiólogo alemán Theodor Ambrose Hubert Schwann (1810-1882), tras conocer el trabajo de Schleiden, recordó haber observado las mismas estructuras en tejidos animales. En la notocorda del renacuajo se veían celdillas poliédricas muy parecidas a las de los vegetales, y dotadas asimismo de núcleo. ¿Acaso también los tejidos animales estaban formados por células? La verdad era que en la mayoría de los tejidos animales no se observaban celdillas, pero sí núcleos, y Schwann conjeturó que allí donde había núcleos tenía que haber células.
Schwann publicó su trabajo en 1838, el mismo año que Schleiden; pero no limitó sus conclusiones a uno de los reinos vivientes, sino que las generalizó a animales y plantas para formular la que denominó teoría celular:
Dibujo de las neuronas del hipocampo de un roedor, realizado por Ramón y Cajal para su libro Textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados (1899). (Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki). |
Era la primera vez que alguien unificaba los reinos animal y vegetal en una descripción común. Incluso se llegó a establecer la naturaleza celular de muchos seres microscópicos. Sin embargo, parecía haber una excepción a la regla: el tejido nervioso. Según los partidarios de la llamada teoría reticular, no podían distinguirse en él células individuales, sino una red de fibras sin solución de continuidad, con múltiples núcleos.
Entre los proponentes de esta teoría se hallaba el italiano Camillo Golgi (1843-1926), quien informó en 1873 de un método para teñir el tejido nervioso basado en reactivos de plata utilizados en fotografía. Por razones desconocidas solo se teñían un 5 por ciento de las células, con lo que el campo visual resultaba más despejado de lo que podía verse utilizando otros métodos. El médico español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) perfeccionó el método y pudo detectar células individuales, o neuronas, en contacto unas con otras (dejando en medio una hendidura o sinapsis), postulando así la llamada doctrina neuronal y generalizando definitivamente la teoría celular.
La teoría celular no se limitó a certificar la presencia de células en todos los tejidos. Su verdadero mérito reside en que hizo de la célula el centro de la actividad del ser vivo, de manera que, por ejemplo, la respiración dejaría pronto de verse como algo que ocurría en los pulmones, como pensaba Lavoisier, y pasaría a interpretarse como un proceso químico propio de toda célula. Así, fenómenos como la nutrición y el crecimiento dejaron de atribuirse a la totalidad del organismo para imputarse a cada parte —es decir, a cada célula—, dotada de cierta independencia.
En definitiva, es en la célula donde se dan las actividades propias de lo viviente; no porque esté bendecida con una misteriosa fuerza vital, sino porque las moléculas que la integran promueven reacciones químicas (es lo que Schwann llamó fenómenos metabólicos) o combinaciones de dichas moléculas que concurren en la producción de células nuevas (fenómenos plásticos).
Es precisamente al abordar la reproducción de los organismos cuando la teoría celular alcanza su plena importancia, ya que confiere a este proceso un significado y un mecanismo. Y es también aquí donde más erradas fueron las apreciaciones de sus promotores, Schleiden y Schwann. Ya se han comentado las ideas al respecto del primero de ellos. Schwann, además de la formación de células jóvenes en el interior de una “célula madre”, como sugería su colega para los vegetales, abogaba por un origen exterior de las células animales, mediante cristalización a partir de un líquido o sustancia amorfa: primero se formaría el núcleo y, alrededor de él, el resto de la célula.
Pero, en 1852, el médico alemán Rudolf Ludwig Karl Virchow (1821-1902) observó que en las lesiones incipientes del pulmón de los fallecidos por tuberculosis se localizaban apretados paquetes de núcleos, y que solo cuando habían crecido un poco aparecía el líquido que llenaba los alvéolos. Virchow concluyó que la sustancia intercelular que bañaba muchos tejidos era un producto de la actividad de las células, y no el caldo de cultivo en el que éstas se originaban. ¿De dónde procedían entonces las células? La respuesta parecía obvia: de otras células que ya existían con anterioridad (omnis cellula e cellula, es decir, “toda célula procede de otra célula”).
En la misma línea, el embriólogo alemán Karl Ernst von Baer (1792-1896) había descubierto que, tras la fecundación del óvulo de la hembra por un espermatozoide, no se observaba el crecimiento de un individuo preformado, sino la división del cigoto (el óvulo fecundado) en dos células, seguidamente en cuatro, ocho…, diferenciándose y reordenándose simultáneamente para formar los órganos del animal (ilustración siguiente, izquierda). El crecimiento quedaba reducido así a una secuencia de reproducciones celulares.
Izquierda: óvulo humano rodeado por el líquido y las células del folículo y primeras etapas en la segmentación de un cigoto de mamífero. Ambas imágenes son litografías paran la edición de 1918 de la Henry Gray’s Anatomy of the Human Body. (Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki). Derecha: cambios en el núcleo de una célula durante su división, según la Henry Gray’s Anatomy of the Human Body. (Fuente: http:// en.wikipedia.org/wiki).
En cuanto a la propia reproducción celular, von Baer descubrió en 1846 que estaba asociada a la división del núcleo. En 1871 se descubrieron unos filamentos alargados, a los que se denominaron cromosomas, que se dividían longitudinalmente; cada una de las dos mitades migraba a polos opuestos de la célula para formar dos núcleos hijos (ilustración anterior, derecha). Así, en 1875, el botánico alemán Edward Adolf Strasburger (1844-1912) estableció la universalidad del proceso (llamado mitosis) como mecanismo de reproducción celular, y en 1882 el anatomista alemán Walther Flemming (1843-1905), parafraseando a Virchow, proclamó: omnis nucleus e nucleo (“todo núcleo procede de otro núcleo”).
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