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¿Tres o cuatro reinos?

Las múltiples observaciones realizadas por Anton van Leeuwenhoek a través de sus lentes (véase la unidad 2), habían revelado la existencia de todo un mundo de organismos microscópicos. Resultaba evidente que en este universo no se podía aplicar la distinción tajante entre animales y plantas: algunos de tales organismos, pese a ser unicelulares, podían fácilmente ser asimilados a algas y clasificados entre las plantas, por lo que se les dio el nombre informal de protofitas; otros recordaban a animales y se les llamó protozoos; pero muchos de ellos combinaban características “animales” y “vegetales” de múltiples maneras. A partir de este momento se sucedieron diversas clasificaciones de los seres vivos.

Clasificación de Haeckel (3 reinos)
El zoólogo alemán Haeckel (1834-1919) propuso para los organismos microscópicos un tercer reino al que designó como Protistas. En él situó a los seres vivos unicelulares y a todos los que no poseen tejidos claramente diferenciados –como organismos coloniales, así como las esponjas, actualmente incluidas entre los animales–.

Pero había unos seres unicelulares que se distinguían por su pequeño tamaño –entre 1 y 10 micrómetros de diámetro, en contraste con los 10 a 100 micrómetros del resto de los protistas– y, sobre todo, porque sus células carecían de núcleo: las bacterias. Haeckel pensó que podían ser representantes aún vivos de las formas de vida ancestrales y escasamente organizadas, a las que denominó Moneras. En su opinión, el desarrollo de las células más complejas que se observan en el resto de los seres vivos fue el resultado de la diferenciación de estos “moneras” en una zona interna (el núcleo) y otra zona externa (el citoplasma).

Aunque Haeckel modificó repetidas veces las fronteras del reino Protista desde que sugirió su creación en 1866 siempre dejó dentro de él a las bacterias. 

 
Clasificación de Copeland (4 reinos)
Sin embargo, en 1947 el biólogo marino francés Edouard Chatton (1883-1947) advirtió, con base en sus estudios bioquímicos, que entre las bacterias y el resto de los seres vivos había una barrera mucho más profunda que la que separaba a los animales de las plantas, o a los organismos microscópicos de los visibles a simple vista. Creó así los términos procariota (del griego pro, “antes”, y karyon, “núcleo”) y eucariota (de eu, “verdadero”) para designar, respectivamente, a las bacterias y a los organismos con células nucleadas (es decir, a los restantes protistas, a las plantas y a los animales). Como no tenía sentido seguir incluyendo en el mismo reino a organismos procariotas y eucariotas, Herbert Copeland (1902-1968) consumó la separación de ambos: agrupó a los organismos procariotas en el reino Micota, y a todos los protistas de Haeckel que no eran bacterianos en el de los Protoctistas (de la palabra griega ktistos, “creados”).

Este último tampoco abarcaba a las algas verdes –aunque sí a otros grupos de algas– por considerarlas como el origen de las restantes plantas y, por lo tanto, incluidas en dicho reino.

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