1.4. La teoría celular
La exigencia de prestar atención a la totalidad del ser vivo no era incompatible con la búsqueda de su composición elemental. Pero esas unidades animales o vegetales ya no podían ser moléculas autónomas que se asociaban, como sostenía Buffon, de modo que las propiedades del organismo representaban la simple suma de las propiedades de cada molécula constituyente; sino de seres vivos capaces de nutrirse y reproducirse, cuya individualidad desaparecía al coordinarse entre sí en una unidad de orden superior: el organismo.
A menudo se afirma que esos seres elementales se habían encontrado ya en el siglo XVII. Pero los descubrimientos de Hooke o Leeuwenhoek tuvieron un impacto más bien escaso. A ello contribuyó sin duda el estilo artesanal de las lentes entonces utilizadas, que originaban deformaciones de las imágenes (aberraciones) debidas a que la luz, al atravesarlas, se enfocaba en varios puntos. No obstante, hay una razón más profunda: no se llevó a cabo una interpretación de esos descubrimientos, es decir, no se supieron extraer conclusiones generales que desembocaran en una teoría científica [véase “El método científico”].
Solo cuando, ya en el siglo XIX, se buscó el denominador común a todos los seres vivos, cuando se contempló a los más pequeños como las unidades que se integraban para originar a los mayores, cobró sentido la existencia de células o de animálculos.
Al mismo tiempo se desarrollaron lentes acromáticas que corregían las aberraciones ópticas, lo que incrementó extraordinariamente el poder de resolución de los microscopios. Comenzaron a distinguirse células como las que observó Hooke en toda suerte de tejidos vegetales. Pero ya no se trataba de cáscaras vacías, sino dotadas de un contenido gelatinoso, más o menos diferenciado en zonas de variada textura.
Habitualmente las células de los tejidos son transparentes, por lo que, para observarlas al microscopio, suele ser necesario sumergirlas en soluciones colorantes (tinciones) que aumenten su contraste.
Muestra de tejido pulmonar de un paciente con enfisema, teñida con hematoxilina y eosina. Los núcleos celulares aparecen en azul oscuro, los eritrocitos en rojo y los demás componentes celulares, así como el material extracelular, en rosa (fuente: http://medicine.plosjournals.org). | Fotografía de células HeLa (derivadas del tumor cervical de Henrietta Lacks, fallecida en 1951) observadas con luz verde en un microscopio de contraste de fase (http://commons.wikimedia.org/wiki). |
En la segunda mitad del siglo XIX se invirtió mucho esfuerzo en desarrollar todo tipo de colorantes, algunos de los cuales, como el azul de metileno, son capaces de teñir las células sin matarlas (colorantes vitales). Pero si se prefieren preparaciones más duraderas, es necesario previamente fijar la muestra (tratarla con un conservante que impida la alteración de sus componentes), incluirla en parafina con el fin de obtener un bloque sólido que permita cortarla con el micrótomo (instrumento capaz de efectuar cortes de entre 3 y 5 μm de grosor, que permiten el paso de la luz), teñirla y, finalmente, montarla sobre un portaobjetos de vidrio protegida con un cubreobjetos fino y transparente.
Existen muchos tipos de colorantes que se unen a estructuras específicas de las células o tejidos y suelen ser útiles para diferenciar sus partes. Por ejemplo, la hematoxilina se une fuertemente al núcleo celular, la eosina a los glóbulos rojos de la sangre y el Sudán III a muchos lípidos. Algunos microscopios, como los de contraste de fase o los de campo oscuro, permiten la observación de muestras sin necesidad de teñirlas.
En 1831, el botánico escocés Robert Brown (1773-1858) pudo distinguir en las células de muchos tejidos vegetales un grumito oscuro al que llamó núcleo por tener la apariencia de una nuez (nux en latín), y en 1838 el botánico alemán Matthias Jacob Schleiden (1804-1881) trató de explicar su papel. Según Schleiden, los núcleos celulares se formarían libremente como diminutos coágulos del líquido interno de las células; cuando los pequeños “nucleítos” hubiesen alcanzado un tamaño adecuado, en la superficie de cada uno de ellos aparecería una vesícula transparente que poco a poco iría adquiriendo consistencia, hasta transformarse en una nueva célula.
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