3. Historia de la Tierra y de la vida
La historia de la Tierra se divide en cuatro eones que son, de más antiguo al actual: Hádico (de Hades, dios griego del infierno haciendo alusión al estado fundido de la Tierra en formación), Arcaico (del griego arkbê, “primitivo”), Proterozoico (del latín proto, “anterior”) y Fanerozoico (del griego phanerós, “evidente”, por la gran cantidad de fósiles encontrados).
El Fanerozoico comprende a su vez las eras: Paleozoica (del griego palaio, antiguo y zoon, animal, por la abundancia de animales invertebrados, peces y anfibios), Mesozoica (del griego mesos, medio, haciendo referencia a la dominancia de los reptiles, animales considerados intermedios entre los anfibios y los mamíferos) y Cenozoica (del griego koino, común, y zoon, vida por la aparición de nuevos animales).
Las eras se dividieron en períodos y estos a su vez en épocas, edades y cronozonas, cuya denominación hace referencia a la zona geográfica en la que se definieron (por ejemplo, Jurásico viene de la región del Jura en el sur de Francia, Cámbrico de Cambria, denominación antigua del país de Gales...).
Los límites de todas estas divisiones estratigráficas vienen definidos por criterios paleontológicos (fósiles característicos), tectónicos (deformaciones de los estratos) y sedimentológicos (variaciones de los depósitos sedimentarios). Todo ello nos permite correlacionar estratos de diferentes regiones, como se vió para el caso de los fósiles en la primera parte de este epígrafe, y escribir la historia de nuestro planeta.
Origen de la Tierra
Según los científicos, hace unos 13.700 Ma (Ma = millones de años) se produjo una gran explosión, el Big Bang. La fuerza desencadenada impulsó la materia, extraordinariamente densa y formada por gases y partículas subnucleares (quarks), en todas las direcciones a una velocidad próxima a la de la luz.
A medida que se alejaban, estas masas de materia reducían su velocidad y se aproximaban unas a otras dando origen a las galaxias. En el interior de nuestra galaxia, la Vía Láctea, una nebulosa compuesta de polvo cósmico —átomos y moléculas de elementos químicos pesados— y gases —hidrógeno, neón, criptón, argón...— se colapsó debido, entre otros factores, a la atracción gravitatoria de las partículas y al movimiento rotacional de la galaxia. Estas mismas fuerzas rotacionales hicieron que las partículas más pesadas se agruparon en el centro de la nebulosa dando lugar a un protosol alrededor del cual se condensaron otras partículas formando cuerpos de masa variable: los planetesimales. La colisión de estos planetesimales entre si hizo que se redujeran en número (por pulverización o por fusión) y originó los planetas interiores o terrestres (Mercurio, Venus, Tierra y Marte); en tanto que, en la región externa de la nebulosa, se concentraron gran cantidad de gases que dieron origen a los planetas mayores, de poca densidad y de gran tamaño.
La Tierra se formó, por tanto, por acreción o agregación de planetesimales cuando se estaba constituyendo el Sistema Solar. Se supone que la Tierra primitiva era una masa incandescente, con océanos de magma, en la que la atmósfera primaria formada a partir de los gases procedentes de la nebulosa fue disipada rápidamente por el viento solar y los choques con planetesimales.
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